mayo 14, 2009

Estoy tomando un café en una de las calles emblemáticas de la ciudad. Edificios con balconadas de forja o rosetones barrocos. Pasan transeúntes por delante, no miran van enfrascados en sus cosas. Ancianos pasean sin prisa, cogidos del brazo y con una flor en el ojal. Parejas de jóvenes con sus manos por dentro de la cintura de los vaqueros, enseñan la rabadilla. Grupos de turistas con las ropas equivocadas, hace fresquito pero exhiben sus fornidos pectorales ellos, o las torneadas piernas ellas con deseo de que el verano llegue ya. Parejas multirraciales andan de la mano sin complejo, aireando el esplendor que ofrece la diferencia. Acaba de pasar una anciana con su caniche blanco, casi tanto como su cabello, al andar se ve el donaire y elegancia con que debió hacerlo cuando joven. Veo desde mi mesa macetones municipales cuajados de campanillas fucsias. Los bajos se han convertido en lujosos comercios.

Calle La Paz, nacida para el paseo, las compras. Cerca de todo, lejos de muchos.

Calle La Paz, lujo, glamour y gente de paso.

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